La aventura comienza y acaba del mismo modo. Un mismo nudo,
conectando diferente partes de mi cuerpo. Conexión estómago-garganta-mente.
Desaparece mi hambre, se torna difícil la tarea de hablar sin que se escape una
lagrima, y mi mente está bloqueada en las mismas coordenadas espacio-tiempo del
primer día. Pongamos que hablo de Madrid, canturreaba esa voz áspera de Sabina.
Septiembre llega para poner fin a ese verano inolvidable de playas paradisíacas
gallegas y plazas de pequeños pueblos que nosotras mismas hacíamos tan grandes.
Las maletas, como todo en esta vida, lo dejamos para el último momento. Quizá
por el miedo de saber que era verdad, que un día me montaría en mi coche, con
el maletero lleno de equipaje, pero vacío de todo lo que me había acompañado
hasta ese momento. Viajábamos, mi mente y yo, a
la velocidad permitida, 120 km/horas, acompañados por desérticos paisajes de carretera y la música
en mis auriculares. Comienza mi aventura. El colegio mayor Marqués de la
Ensenada le abre sus puertas. Un mundo fascinante donde poder descubrir-me.
Segundo izquierda, la 241. La pequeña dimensión donde puede almacenar todos los
momentos que le ofrezca la aventura. Muy cerca,
una típica parada de metro madrileña, me espera el vagón que cada día me
lleve al porqué de toda esta locura. “Con esta edad se te van a pasar los días
volando enana”. Parece ser que los hermanos mayores nos lo adelantan todo. Él
es mi mayor sabio, sin duda. Cómo no, acertó una vez más. Los días se iban
tachando en el calendario tan rápido cómo mis subrayadores de clase se quedaban
sin tinta. Parecía duro al principio, encerrada en mi cuarto con la luz apagada
esperando a que pasaran todos esos veteranos con sed de novatear. Botellones en
el A, novatadas en el Jaime, litros de alcohol que ingerir, noches en Campus,
miles de bandejas por recoger y cuartos por limpiar, más alcohol, sentadillas,
chistes, declaraciones,¿ he dicho ya alcohol? Sin duda, actividades culturales extraescolares
que han sido de gran ayuda para mi ciclo formativo universitario. Avenida
Séneca es sin duda la esencia de Moncloa, “la calle que nunca duerme”. Pero
para callar esas malas lenguas que intentan desprestigiar el modelo de vida
universitario, sepan que no todo es sexodrogasyrockandroll. Red bull, cocacola
y café en vena para aguantar noches en vela frente a unos apuntes
inentendibles, sólos ante el peligro. Un flexo, tapones en los oídos, los
apuntes y nosotros mismos hasta altas horas de la madrugada. Fuerza de voluntad
junto con unas gotitas de responsabilidad es la combinación perfecta para
llegar a la meta propuesta. A veces las fuerzas flaquean, pero cuando estaba a
punto de caer tenía siete perfectos apoyos donde poder descansar. Siete dosis
de energía necesarias en mi día a día. Admirables una a una, por tantos
detalles que han hecho una grandeza de ellas, y de revote que una misma crezca
por dentro. Necesarias en la nueva rutina que juntas creamos, pero necesarias
en mi rutina de siempre, en mi más inmersa cotidianeidad leonesa. Desde León se
sintoniza las 24 horas del día Radio Marqués, siempre atentas a cualquier
cambio posible en alguna de nosotras. En lo bueno y en lo malo. Cuando unos
simples meses han parecido una vida juntas, llegar a saberlo prácticamente todo
las unas de las otras, y la confianza extrema. Demostrado ha quedado que
podemos con todo juntas, que somos uña y carne, inseparables incluso cuando
estamos cada una en una punta de la península. Orgullosa de haberme encontrado con
vosotras, orgullosa de reecontrarme con ellas en Eivissa. Otra nueva aventura
por escribir. Pero no toda mi aventura se resume en Avenida Seneca. Quedan las
calles de Madrid como testigo de ello. Parecía que (porfin) iba a llegar eso de
cuyo lo que sea he preferido olvidarme. O quizá, el problema sea que nunca tuvo nombre, o que nunca quisimos
ponerle uno. Duro olvidarse, porque siempre están las calles de Madrid para
recordarme que “nunca es lo que pudo haber sido”. Decisiones que tomamos en
caliente y que reflexionando tiempo después nos damos cuenta que la única
solución es una maldita máquina del tiempo.
Adiós al apoyo cero, de donde todo partía, una de las dosis con más
fuerza, de las más importantes, que
ahora se encuentra casi vacía. Toqué fondo, y no he vuelto a la superficie, no
quiero. Queda claro que odio Marzo y su cambio de estación. Que vuelva el maldito
invierno a Madrid. Eso que los geógrafos llaman Equinoccio, con dos “c” como decía
mi profesor de geo que tanto me gustó despedirme de su asignatura. Y permítanme
la ironía, también he aprendido algo en clase. Me llevo grandes pilares,
sólidos y fuertes para lo que me queda de carrera. Mis chicas y chicos de doble
grado. Los que luchamos por tener una letra legible en los apuntes de arte y
sudamos por los nervios de las notas de la señorísima Gaona. Profesores que
dejan huella, que marcan. Que enseñan a enseñar, a ver más allá de una pantalla
de televisión. A forjar unos principios rígidos e inamovibles como futuros
periodistas. Que nos enseñan que aunque hoy día el arte de contar las cosas
solo sea una actividad degradada, la esperanza es lo último que se pierde.
Siempre podremos escribir, a pesar de que nadie vaya a leer estas banales
líneas sobre mi primer curso. Pueden acabar con todo, pero no con mi sueño.
Seguiré escribiendo, aunque la única lectora de mis letras sea yo misma.
Orgullosa, una vez más, de haber elegido este camino intelectual. Orgullosa de
vosotras, de ti, de mi, de Madrid.