18.12.10

Dicen que cuándo uno nace el destino ya ha barajado todas las cartas por tí. Te colocará en un lugar determinado, dentro de una familia concreta con el atrevimiento de ni siquiera preguntarte. Sin duda, lo que se le olvida al destino es que en nuestras manos tenemos el "as" de la baraja: la elección de nuestros otros hermanos, de esos que aunque no compartas ni el primer ni el segundo apellido te harán cada día ser más feliz. Eso es lo que les pido a mis amigos, que me contagien su felicidad y yo poder compartir con ellos la mía. Conocer cada una de sus miradas para saber si reír o si abrazar, su risa en mi sonrisa, su apoyo en mi flojeza. Son parte del cimiento de mi propio equilibrio. La parte que me complementa. Les pido confianza, que confíen en mi tanto como yo lo hago en ellos, unos oídos que me escuchen y una voz que me susurre en el más profundo de mis silencios. Les exijo que sean ellos quienes se rian de mi/con migo, porque sólo ellos saben hacerlo en su justa medida. Que sean los acompañantes de mis mañanas, tardes, y noches. Saber se capaz de aceptar mis defectos para ayudarme a corregirlos. Y sobre todo les pido, que si mañana me voy sean ellos quienes me despidan, y que nuestro recuerdo no se borre con el paso del tiempo, y cuándo este se haya esfumado y nos encontremos sufriendo los efectos secundarios de la distancia, sigamos formando nuestra historia, que no se acabe nunca, que dure para siempre. "La nostalgia del pasado y el orgullo del presente" dicen... eso es lo que me da fuerzas para saber que mis amigos son lo que siempre hubiera pedido en cualquier deseo.
Podría haber comenzado con los típicos "érase una vez" y haber terminado con un "y fueron felices y comieron perdices" ya que la historia que mis amigos y yo escribimos está escrita con la misma tinta mágica y especial como la de los cuentos: Simplemente me limito a acabar con un "continuará" y con unos puntos suspensivos. Esto no se acaba aquí...

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